El tema central del pensar de Heidegger es el tema del Ser, y por ello, su pensamiento adoptará la forma de una problematización de las bases mismas de la filosofía occidental; pues la filosofía occidental sostiene este autor, está caracterizada por incurrir en el olvido de los olvidos: el olvido del Ser. Esta última afirmación puede parecer paradójica. Si la filosofía es, según Heidegger, la tarea que busca la correspondencia explícita del hombre con el Ser del ente, aquel pensar que plantea el problema del Ser más allá del ente en cuanto tal, ¿cómo puede haber incurrido en el olvido del Ser? ¿Cómo puede haber olvidado el Ser precisamente lo que tiene el pensar del mismo como cometido?
Efectivamente, pensar el sentido del Ser ha sido el cometido teórico de la filosofía, pero, de hecho, la filosofía occidental al no poder imponer su pensamiento a lo que es y no es el Ser, ha ocultado y olvidado dicho sentido. De hecho, no de derecho; y precisamente en esta ambigüedad radica el mayor peligro de este olvido: la inconsciencia u olvido del propio olvido, la facilidad con que cosificamos al Ser que es siendo..
El pensamiento per se, el pensamiento que accede al sentido del Ser, por el contrario, es la reflexión meditativa, para la que todo es sin-porqué, sin-fundamento, y para el que “la razón -desde hace tantos siglos exaltada- es la más porfiada enemiga del pensar”, en cuanto se quiera imponer una surte de relaciones lógicas y procedimientos asociados a ese pensamiento
Heidegger propone un pensar del Ser que ya no es filosofía, pues exige un salto fuera del pensamiento representacional hacia el abismo infundado del Ser; un salto más allá del sujeto representante y del pensamiento considerado como mera actividad humana, hacia la escucha inobjetiva y la obediencia activa que permiten dejar ser al Ser como referente esencial de lo humano; un salto que revela que el pensamiento no precisa “buscar” al Ser porque pensar y Ser son, de hecho, lo mismo, sino que adviene mientras se está siendo en un estado de abandono filosófico.
Como veremos, el pensar del Ser del que Heidegger se hace eco, es un pensar no representacional y no-volitivo un pensar que, precisamente porque tiene una naturaleza no volitiva (no está deseando ser) y no representacional (no persigue una finalidad como modo de ser), lo cual facilita su naturaleza originaria. Ser no puede ser, a su vez, representado ni querido por la subjetividad. Un pensar que ha de ser la expresión espontánea, no calculada, inédita e inevitable del Ser, en el hombre que se ha relativizado a sí mismo en tanto que animal racional/volitivo, a través de la actitud de espera o apertura lúcida sin objeto que Heidegger denomina: Gelassenheit (Serenidad)
Ahora bien, no sería apropiado decir del pensamiento de Heidegger que éste es básicamente una “instrucción”. Su invitación a la actitud de la serenidad como condición de posibilidad del pensar del Ser, por ejemplo, apunta a la necesidad de una conversión del yo que es estrictamente paralela al proceso de desvelación del Ser como tal Ser; pero esta invitación y, en general, las consideraciones de esta índole presentes en el pensamiento de Heidegger, son más descriptivas que realmente operativas y no se insertan en el marco de posibles contextos de verificación.
De aquí la afirmación de Versényi de que “la posición de Heidegger como profeta o místico, le ha puesto en una posición metodológica impregnable”; uno puede simplemente aceptar lo que dice Heidegger o no aceptarlo. O su afirmación de que: “Heidegger ha fracasado en lo relativo a proporcionar criterios para la acción”; lo cual no significa que no ha proporcionado criterios para la acción “ética” -contenidos valorativos, sino que no ha proporcionado criterios de aplicación y verificación operativa de su pensamiento.
Por último, es importante resaltar que Heidegger en la década del 30 del siglo XX había dicho que lo gravísimo de la época era que todavía no pensábamos En opinión de Heidegger la filosofía de su tiempo había perdido la capacidad de pensar, y por eso ella ni siquiera se daba cuenta de que ya no pensaba, lo cual para Heidegger era gravísimo para la filosofía y para la época moderna y por eso lo que reinaba era la inconsciencia total (¿final de la filosofía? o caracterización y forma de ser del postmodernismo). Porque para Heidegger en la modernidad, la razón dejó de pensar porque confundió a la acción de calcular con lo propio del pensar, porque razonar en filosofía es pensar, y no calcular como en la ciencia natural (o en la filosofía de la ciencia que procede de la ciencia natural).
El pensar tematiza con la razón la realidad toda, de los diversos estadios graves de las épocas. En cambio el cálculo (esto es, la razón calculadora), sólo calcula o sea que cuantifica (describe) solamente una dimensión de la realidad, aquella que se somete a la sola cuantificación, y cuando el logos confunde esta dimensión de la realidad con toda la realidad desaparece lo que sea el pensar, como ejercicio propio del logos filosófico. ¿Tragedia de la modernidad-posmodernidad?
La respuesta a esta interrogante ha valido para que tildaran a Heidegger por un lado como nihilista muy al estilo de la crìtica de la razón pura de Kant y contrariamente un nihilista también por poner en el tapete los principios de una ontología de la comprensión del Ser que siente y que percibe, es este pensamiento que le ha permitido introducir una postura dura ante la comprensión desde los dominios de la ciencias naturales, y ha posicionado los límites de la comprensión de ese Ser en el lenguaje y en función de este pensamiento ha dado preponderancia a la fenomenología del Ser, como la vuelta o el regreso del sujeto al mundo donde indefectiblemente Es.
En este orden de ideas cabe preguntarse a principios del siglo XXI, ¿qué será lo grave? ¿Qué será aquello que no solamente obliga a la razón a ser profundamente crítica, sino inclusive a transformarse radicalmente para ponerse a la altura de la gravedad de los tiempos?